Yo tengo dos campeonas. Sí, lo son y mucho más que cualquier otras que podáis imaginar. Si las conocierais, catwoman,  la mujer maravilla, maléfica o cualquiera de ellas se quedarían a la altura del betún.

Una, es pequeñita y llegó de la nada, de un soplo de amor, para hacerse a ella misma lenta y constantemente, perfecta en todos los sentidos. Tiene la capacidad de generar la ilusión infinita, un amor indescriptible y de conseguir que por ella sea capaz de imaginar los más hermosos futuros posibles, dándolo todo sólo para verla feliz.

La llamaremos bebé.

A mi otra campeona la llamaremos mamá y lleva a bebé en su interior. Solo por eso ya merecería todos los reconocimientos del mundo, ¿No creéis? Ella consiguió despertar toda la magia, hizo palpitar mi corazón, que se llenó de emociones, para que un día entre los dos decidiéramos realizar el conjuro más hermoso que se conoce, y mediante ese soplo de amor, un big-bang de vida comenzara a dibujar a bebé, que decidió llegar a nuestras vidas. Desde entonces bebé crece en su interior salvaguardada por el increíble poder de mami, que es capaz de enfrentarse a todos los miedos del mundo, a los “cuidado con”, “¿Seré capaz de?”,  “¿estará bien?”,  y otra infinidad de por si acasos que acechan sin parar. Mientras tanto se encarga de vivir y latir cada día por ella misma y por bebé, a la que cuida, mima, habla, canta, abriga, alimenta, sueña, y defiende a capa y espada de todos los problemas y necesidades creados por el hombre, a los que bebé es ajena gracias a mami, en su cobijo de piel y cariño.

Así es, las dos son inseparables y viven la una por la otra, mientras yo observo embobado cómo la naturaleza ha sido capaz de crear a dos seres tan perfectos, y solo puedo rendirme ante ellas y disfrutar del espectáculo de la vida.

Muy a menudo me pregunto cómo puede ocurrir, cómo pueden tener lugar tantas transformaciones y de un modo tan preciso para que bebé llegase al mundo dentro del vientre de mamá, y desde entonces una cascada de cambios constantes y perfectos se sucedan hasta que pueda ser arropada en el exterior. Intento imaginarlo día tras día, ¿sabéis como debió ser?

En un momento dado, mamá y yo decidimos realizar el conjuro de amor, en un acto que requirió cariño, pasión y placer, y tuvieron que ocurrir varias cosas a la vez para que la magia sucediera,  algunos de los millones de espermatozoides que contienen toda la información sobre mí consiguieron llegar hasta las trompas de Falopio de mamá, donde curiosamente había un óvulo con toda la información sobre ella esperando, en el momento preciso para que uno de estos espermatozoides fuera cuidadosamente elegido por el óvulo para unir las dos informaciones y enredarlas, mezclarlas y hacer la pócima que daría lugar al ser más hermoso del universo, bebé. ¿No es increíble? Dos simples células con proteínas, enzimas y moléculas uniéndose para hacer la mezcla perfecta.

En ese momento, se decidió qué información de mamá y qué información mía llevaría bebé, que comenzó a dividirse para pasar de ser una célula a dos, de dos a cuatro, y así sucesivamente, mientras bajaba por la trompa de falopio hasta que en un instante determinado, buscó en el interior del útero de mamá el lugar idóneo, que estaba perfectamente preparado por ella; mullido, nutrido… para albergar ese grupo de células y darles cobijo y sustento, de forma que poco a poco siguieran dividiéndose y haciéndose más y más grande de forma ininterrumpida. La magia y la ciencia iban de la mano, y ya nada podía pararlas. Ya os dije que bebé es un ser increíblemente fuerte. Ya os dije que mamá es más poderosa que cualquier dios imaginable.

Mientras, ese grupo de células seguía dividiéndose, pero ya no eran todas iguales, empezaban a diferenciarse entre sí. Y bebé comenzó a crear su propio ángel de la guarda en el interior del útero de mamá, su inseparable compañera del viaje intrauteríno, la placenta. Este maravilloso órgano, se desarrollaría rápidamente, y acabaría siendo la encargada de elegir cuales de todas las cosas que mamá tenía para ofrecer a bebé eran las idóneas, la capacidad de administrar el alimento a bebé, de protegerla, oxigenarla, y provocar en mamá los cambios necesarios para que se convirtiera en la supermujer que ahora mismo es, el hogar ideal para permitir a bebé poder formarse y crecer antes de conocer el mundo exterior.

Así, la placenta fue desarrollándose y adquiriendo sus funciones, y el resto de las células de bebé seguían dividiéndose y diferenciándose por capas. Células que querían ser huesos, células que querían ser piel, células que querían ser músculo, vasos sanguíneos, nervios o sistema dijestivo, por ejemplo. A tan solo dos semanas y media de que mi información y la de mamá se unieran en el proceso de la fecundación, bebé puso en marcha su bomba vital y el corazón gigante de un ser de 2 milímetros comenzaría su imparable marcha, latiendo en un proceso constante que le acompañará toda su existencia. Cada grupo de células iría aúmentando su número y su funcionalidad, y poco a poco, buscarían su lugar para ordenarse y así ir dando forma a bebé y al cuerpo que en ese momento se denominaría embrión, siendo muy parecido a los embriones de otros animales en esas etapas del desarrollo, pero que en muy poquito tiempo dejaría de ser embrión, y tomaría la forma de un cuerpo humano en miniatura, para pasar a llamarse feto antes de llegar al cuarto mes de embarazo.

Mientras, mamá seguía adaptando su cuerpo para que fuera el mejor hogar posible para bebé, compartiendo su alegría con todo el mundo al sentir que todo iba bien en su interior, y comenzando a escalar la montaña de altibajos que dirige hacia la cima del parto, desde la cual se puede observar un territorio nuevo a sus pies, el de la maternidad. Ella se prepara con toda la valentía del mundo para abrazar el cambio que la llevará a transformarse, como una oruga en un capullo que quiere ser mariposa, de hija, a madre. ¡Menos mal que la naturaleza regala nueve meses para transitar este camino poco a poco…!

Y prácticamente sin darse cuenta, irían pasando los días. La unión entre mamá y bebé cada vez se haría más estrecha, bebé crecía sin parar, su cabeza cada vez más proporcionada con el cuerpo, la cara diminuta daría la bienvenida a las pestañas, las manos a las uñas, y bebé podría comenzar a danzar en su lago amniótico hasta que su hermosa coreografía hiciera partícipe a mamá que por fin podría notar en su interior la vida creada, movimientos que ya no cesarían, día tras día, hasta ahora. Bebé también es ya capaz de comenzar a recibir estímulos del exterior, los sonidos son percibidos, el latido del corazón de mamá compone la más hermosa nana, las voces externas le llegan de fondo, sobre todo la de ella, y en ocasiones, la mía. La luz aparece tenue a través de las paredes del útero.

Y ahí están las dos. ¡Dime que no es un milagro… !Mamá ya prepara su mente y su cuerpo para el momento del parto,  bebé prepara el suyo para salir al mundo exterior. Y yo sigo aquí, admirado, impresionado por tanto poder que nunca podré sentir en mí. Cada día me hago partícipe de la magia, acaricio a bebé a través de ella, le hablo y le cuento cuanto la quiero, y ella me escucha, lo sé, me siente, lo noto. Responde golpeando suavemente el vientre de mamá, que no quiere que me lo pierda y sujeta mi mano sobre su piel. Solo compartir una pequeña porción de su simbiosis ya me hace más poderoso de lo que nunca pensé que llegaría a ser.

Así, han llegado mis dos campeonas hasta este momento. No queda mucho para el instante en  que pueda arropar entre mis brazos a bebé. Mientras, ellas siguen surcando el camino de la aventura gestacional con descomunal fuerza, con pasmosa naturalidad. Y ahora tras haber descrito cómo he visto desde fuera su mágico trayecto, debo esperar el devenir de los acontecimientos hasta que mi paternidad pase a ser oficial (porque yo ya soy padre).

Pero si queréis, puedo contar cómo veo yo el final de este capítulo de la historia de mis dos campeonas, cómo lo sueño, cómo lo sé.

Mamá seguirá recolocando su mente y adecuando su cuerpo para terminar de ser consciente de lo poderosa que es, hasta el punto en que sienta en su interior la inmensidad de la evolución humana que la trajo hasta aquí. Ella está más que preparada para parir. Ella es sobradamente capaz de ser madre. Yo estaré ahí para apoyarla, siempre y pase lo que pase, y mamá lo sabe.

Bebé seguirá acumulando energía, madurando y creciendo en su hogar de amor y piel, hasta que sienta el momento de llegar a este mundo inhóspito donde sus padres la esperan para darle tanto amor que todo lo demás quedará en segundo plano, amortiguado.

Llegará el momento y se desatará la tormenta, tempestades de instinto y ganas de vivir y traer vida azotarán este universo que temblará entre gemidos y contracciones. La fuerza de un titán será irrisoria, porque mamá y bebé querrán mirarse, y eso no habrá destino ni fuerza que lo pare. Yo acompañaré con toda la energía de mi corazón, con toda la emoción del que espera conocer el único proyecto realmente importante de su vida.

Y entonces será.

Mamá y bebé podrán abrazarse.

Yo las miraré extasiado, limpiaré mis lágrimas y guardaré la imagen en el cajón más sagrado de mi corazón.

Si he de imaginar cómo continúa esta historia, lo imagino así.

Y sea como sea, sé que me quedo corto.

Porque estoy hablando, ni más ni menos que de

 mis dos campeonas.